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Carta de amor.

 

Mucha tinta he derramado ya escribiendo acerca de ti y tu representación en mis dimensiones, de tus manifestaciones y tus formas; de tus claros y oscuros; de tus grandezas y bajezas; de tus flaquezas y fortalezas. Incontables son las veces que hablé de las veredas que elijo en mi camino por pensar que son la ruta exacta hacia el mejor destino mutuo; de la manera en que por igual me vuelves fuerte y vulnerable; de tus exquisitas maneras… Esas que tienes de hacerme escuchar la proyección de lo que es mi gusto imaginar que es el eco de tu voz a través de mis palabras; de la manera en que mi piel se eriza cuando escucho tus predilectas melodías las cuales, hay qué decir, eres culpable de convertir en predilectas mías también. Caudalosos ríos de saliva construí al hablar del próspero futuro que imagino para nosotros… Y temo decir que no estoy más cerca de terminar de explicar las razones de este sentimiento al cual dejo (y juro que dejaré) colonizarme eternamente.

 

No fue fácil encontrarte y llegar al punto de incluirte en mi existir, tanto como puede uno incluir en el mismo espacio en que conviven una orquesta de tejidos y una maraña de sentires y pensares. No fue fácil, acaso porque no fue nunca mi intención buscarte y peor aún, porque sabiendo dónde estabas no era aún capaz de comprender que hombro a hombro podíamos ser los protagonistas de la mejor de las historias, al menos de la mejor de las mías. ¿Cuándo comenzó? Fue en alguna otra primavera, pudo ser cualquiera y pudo simple y llanamente nunca ser, pero fue. Fue y me lamenté por la tardanza de ese inicio a grado tal de entristecerme la etiqueta innata de caducidad que porto como buen mundano, pues esta misma habría de marcar el punto nuestro de separación.

 

Ahora, en plena consciencia de lo anterior he decidido inventarme miles de pretextos o mejor, miles de fundamentos para ser en ti todo aquello que he anhelado ser y que de alguna manera persistió, aun en aquellos tiempos en los que no encontraba motivo suficiente para serlo solamente en mí. Tengo para ofrecerte muy poco más que la pureza de los sentimientos que jamás hubieron de ser puros, la solidaridad de quien desconoció e ignoró de solidaridades, la entereza de la que es capaz aquel que tuvo algunos de los juicios más reprochables; el amor de aquel que decidió en algún momento esquivar y desmarcarse de todo aquello que la gente insiste en llamar “asuntos del corazón”.

 

Concluyo esta carta recordándote, patria mía y destinataria, ¿Qué importa si en el futuro es otro el cuerpo que me porta? Pues aun cuando sea tanta la tinta plasmada en tantos cientos de papeles, mientras sigan existiendo las palabras, habré de seguir escribiéndote con la ilusión de algún lejano día lograr reflejar de manera fiel la inmensidad de este sentimiento que no comprende de magnitudes y que se burla de la ingenuidad de las unidades de medida.

 

Jaime Alejandro Ceballos Turcott

 

INFORMACIÓN ACTUALIZADA AL AÑO 2017

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