El reflejo en el espejo.
“No debemos olvidar que lo que el espejo nos ofrece no es otra cosa que la imagen más fiel y al mismo tiempo más extraña de nuestra propia realidad.”
Ana María Matute.
No cabe duda de que el espejo es maestro en fidelidad. ¡Vaya si lo es! Se la ha jurado eterna y religiosamente a sus respectivas leyes de reflexión, y es por tanto que sin excepción alguna, la pura imagen que en él ve proyectada, es la misma que este reproduce, indiferente. Dicho esto, evidenciada queda la inutilidad de deprecarle al mismo espejo la labor de emitir, acaso por casualidad y a manera de reflejo, alguna figura distinta a la que se le remite al fungirle como modelo.
Algunas personas opinan del espejo que es una puerta interdimensional que de alguna manera se las arregla para ser transporte de materia, comunicación entre realidades absoluta y alterna; otras personas complementan alertando del peligro de tener espejos cerca de una persona agonizante y sugiriendo desaparecerlos, para así evitar al concluir su función el cuerpo físico, un posible enclaustramiento del espíritu en ellos; en mitología griega fue descrito como arma usada por Perseo, en forma de Aegis (escudo de metal que le fue obsequiado por Atenea, cuya superficie era tan pulida que reflejaba la imagen) con la cual este lograra decapitar a la Górgona por excelencia: la temible Medusa; incluso en el imaginario colectivo es morada de “Bloody Mary”, de “The Lady in White” y hasta del mismo diablo (si se le invoca a las 3 de la mañana, claro está).
Más que lo anterior y un poco más hacia el ámbito filosófico, puede considerársele al espejo como un proyector de manifestaciones del ser. En él se observa la objetividad de las virtudes y los defectos de la carne, las medidas, magnitudes y volúmenes de la anatomía, pero también se observa la subjetividad inherente del humano, si se presta la suficiente atención. Pueden conocerse a través de él en ciertos casos los gustos, los gestos distintivos e incluso las ideologías.
Lo cierto es que el espejo jamás funciona solo. Su existencia sería carente de sentido si no tuviese a su eterna compañera: la silueta. Es de ella un socio, pero paradójicamente también son consecuencia el uno del otro. ¡Inmensa figura de respeto es el espejo! Al ser un ente que acompaña el crecimiento y atesora el desarrollo, que tanto en planos físico y metafórico, lo mismo ríe y llora reflectando alguna suerte de realidad paralela a la de la silueta.
Es debido a la abstracción de esta infinita retroalimentación entre figura y reflexión, que frecuentemente se tergiversan las nociones y se olvida que al depurar y perfeccionar la propia imagen, se le obsequia deferencia y se le rinde justo homenaje al fiel espejo. ¿Y por qué presentarle a este mismo, cosa diferente que un ser puro, ardiente de existencia y con anhelos de victoria hasta en el espectro? ¿Por qué desatenderse y abandonarse a ser un vestigio antropomórfico que porta, grabado en la mente y mostrado en la frente que: “La vida es sólo una muerte que vendrá”? ¿Por qué no ataviarse con ropas de sapiencia, de cabalidad, de ímpetus humanos de trascendencia? ¿Por qué no presentarle la imagen de un criterio que, cansado del tedioso paradigma, ha resuelto ser de sí mismo el arquetipo? ¿Por qué no ser lo necesario para moldearse a la forma de lo que en uno mismo se desea ver? Y es que en este (aparentemente mudo) diálogo, es tan estrecha la relación entre interlocutores y tan suma la adhesión de uno con el otro que, queriendo o sin querer, al adornar al ser del individuo que se refleja, al espejo se termina por embellecer también.
¿Por qué no regalarse la satisfacción de vestir y lucir la persona en su versión más pulida y prolija, auto-engrandeciéndose y por ende al espejo asimismo? ¡Presumirle a ese espejo debemos, la innegabilidad de una voluntad engrandecida! Pues sin temor a equivocarme afirmo que será recibida y reflejada con la dulce reciprocidad de quien agradece un lindo gesto.
¡Hágase de ello una constante en todas nuestras realidades! Cada alba es una oportunidad de despedir aquellos viejos mundos y ubicarlos distantes de las representaciones factuales de la mente. Y aquí, en la inmensidad de los más sublimes sentimientos, ubiquemos la emoción de verse en el majestuoso y supremo espejo tricolor del que tanto hablo, erigido como una altiva águila de robustecido plumaje, afiladas y perfeccionadas garras, desafiante de los porvenires de la existencia y defensor de los objetivos de la patria. Proyectémonos, así, con la mira en el más alto y glorioso vuelo que se pueda concebir, y todavía más alto. Proyectémonos.
Jaime Alejandro Ceballos Turcott