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Querido profesor.

 

 

"Es la educación la que genera mejores condiciones de justicia; educar evita la necesidad de castigar."  Justo Sierra.

 

 

Hace un par de días, mientras platicaba con dos amigos, surgió en la conversación la duda respecto a que tan factible es que una persona cambie al mundo, quienes interveníamos en ella sabíamos que era un afán un tanto ambicioso pretender que el sistema global pudiera impregnarse de buenas acciones de un solo individuo, pero tras aclarar ciertos desacuerdos gramaticales llegamos a la conclusión de que todo aquel que pueda mejorar de forma alguna su entorno directo dentro de su cotidianeidad, estaría entonces, sin lugar a dudas, cambiando al mundo. Considero importante resaltar la labor de quienes trazan su proyecto de vida guiados por su vocación de servicio al impartir educación que tiene como objeto y sujeto al mismo hombre, desempeñando un papel elemental el desarrollo de una sociedad transmitiendo a los alumnos de todos los niveles un poco de su esencia y decoro, además desde luego, de los conocimientos propios de su área.

 

Aún con el paso del tiempo, seguimos recordando las enseñanzas de aquel maestro que nos exigiera un poco mas de esfuerzo; el que nos acercó obligatoriamente a la literatura, el que nos enseñó las reglas de la oratoria clásica o al que con canciones graciosas nos hiciera recordar las fórmulas de la clase de cálculo. Sucede así en la educación profesional, aún cuando la seriedad del nivel educativo implique un contacto aparentemente más lejano al que tuvimos anteriormente, en nuestra memoria quedan grabados de antaño los recuerdos de quienes en su momento nos dieron lecciones y ahora son parte de lo que somos, de nuestra filosofía y nuestra ciencia.

 

Al profesor le corresponde la difícil tarea de convertir a los estudiantes en grupos de obreros del entendimiento y sembrar en ellos el valor inmaculado de la verdad, el interés puro e insaciable en la ciencia y la sabiduría. Es ejemplo que satura ideas y fuerzas, que convierte un torrente de caótica entropía en un valle de constancia y confiere energía para definir el rumbo de las voluntades; orienta las conductas para que la respuesta autómata a los estímulos se enlace con la razón en el sendero que conduce hacia la virtud y la bondad y por supuesto, en el trabajo hacia el conjunto más que solo hacia si mismo.

 

Es claro, que la misión de moldear almas no es tan solo del que por título universitario se capacita para dar clases en un aula día a día, sino también de aquellos que colaboran con la educación más básica del humano, los padres, los abuelos, los hermanos mayores; todos aquellos que dispuestos a conformar un frente común diseñen el espíritu luchador del niño que guiado por los ideales inculcados en su andar, tomará las decisiones que considere apropiadas para el beneficio integral desde su juventud.

 

 Todo problema, ya sea social o político, implica necesariamente un problema pedagógico, un problema de educación. Dicen que: "la violencia genera más violencia", bajo este principio me rijo, de manera que considero que tal vez sea también la cultura la que genere más cultura; y entonces sí, me entusiasma la idea de que sea el individuo guiado por fuerzas superiores que le permitan discriminar para moderar la ignorancia impune que nos ha vuelto victimarios, confrontándonos con nosotros mismos. La cultura establece las reglas para el equilibrio, le otorga al hombre un rol en la sociedad en la que se desempeña, le permite volverse un ente empático y lo aleja de la soledad y la depresión. Me figuro un entorno así, en el que los estudiantes de todos los niveles se vuelvan solidarios con la causa, actuando con pleno reparo de su misión: "mexicanizar el saber".

 

 Porque el educando no habría de obtener más sublime placer como premio a su carácter que un intelecto pulido; porque no crece quien no obtiene luz de su propia obscuridad; porque la arrogancia nos hace mezquinos; porque es afán tendencioso del hombre hablar con información incompleta; porque de esta forma, quien habla se vuelve peligroso; porque la historia la escribe quien por aciertos o desatinos merezca ser recordado; porque compartir nuestros conocimientos nos vuelve valiosos; porque para innovar hay que entender, para entender se necesita crear y para crear, hay que creer. Porque no enseña quien no ha aprendido a aprender.

 

Tiene pues, el maestro y aquel que se prepara en estos momentos para obtener el galardón de convertirse en uno de ellos, un brillante porvenir y particularmente expreso mi enorme admiración y respeto hacia su deber, de igual forma que agradezco la noble responsabilidad que en su persona acaece de conjuntar anhelos que propicien la competencia sana y eufónica; y que de su instrucción, entrega, arrope y tesón, fructifique elevar los escrúpulos del alumno al grado que este se vuelva un ser íntegro y pleno y llenarle hasta los adentros de humilde sentimiento de lucha para convertirlo en un ser enteramente social, con conciencia pura que encuentre en su intelectualidad, la satisfacción bella del progreso. Quién diría que de su pasión canalizada en la justa medida, habrían de resultarnos las herramientas que finalmente nos vuelvan una sociedad evolucionada y resuelta a vivir, un conjunto demográfico libre.

 

 

 

 

 

 

Fraternalmente

 “Trabajando por el Bien de la Patria y de la Humanidad”

 

 Q˙.˙ H˙.˙Mónica Tamara Ceballos Turcott

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